En un reino donde la podredumbre se retuerce como venas de obsidiana y los susurros de un credo olvidado resuenan en cada grieta, Daimon Blades se alza como un torbellino de acero vivo que arrastra al jugador a un frenesí de sangre y magia.
Forjado por Streum On Studio, este título en primera persona de acción roguelite, ambientado en el universo de E.Y.E: Divine Cybermancy, combina la brutalidad del combate melee con un trasfondo arcano que te atrapa desde el primer tajo. Al adentrarnos en él, descubrimos un juego que, aunque aún está en early access, destila una promesa visceral: un caos medieval donde la espada no solo corta, sino que respira.
El Daimon Realm es un dédalo de pesadilla, un escenario en mutación constante donde cada expedición te sumerge en un caos de biomas infernales, desde prisiones en ruinas hasta cavernas donde la lava trepa como un depredador. Como miembro de la Secreta, una orden de monjes guerreros dividida en facciones como los Culters Dei, tu misión es cazar al Ermitaño, un mentor traidor que amenaza con un ritual de cosecha de almas.
La magia del juego radica en su capacidad para hacer que cada run se sienta como un descenso al abismo, donde el progreso efímero se gana con sudor y acero. Las primeras horas evocan el vértigo de Doom en su intensidad, pero con un giro medieval que sustituye balas por mandobles y hechizos.
Análisis de Daimon Blades: un acceso anticipado que falla en la conexión, pero con potencial

En cooperativo, con hasta cuatro jugadores, el caos se transforma en una danza de risas y maldiciones, especialmente cuando un aliado cae en un pozo de magma por un mal salto. Por desgracia, en estos momentos tiene más problemas que otra cosa.
En casi todos nuestros intentos nos acabamos encontrando con bugs (en varias runs no pude mejorar a mi personaje porque solo le aparecía el sistema de upgrade a un jugador), desconexiones, caídas y otros errores técnicos bastante molestos.
Y es una pena, porque durante los ratos que sí funcionó, la experiencia fue realmente positiva. De momento, la versión más estable es la de un solo jugador, pero en esta es incapaz de extraer su verdadero potencial. Sirve como muestra de lo que vamos a encontrar más adelante, pero sigue algo verde.

Hasta cierto punto es lógico, ya que se trata de un acceso anticipado, y necesita tiempo. Si logran resolver sus problemas de rendimiento, estaremos ante un título verdaderamente entretenido capaz de proporcionarnos no pocas de entretenimiento. De momento no está en ese punto, pero confiamos en que llegará.
Un torbellino de sangre y acero
El alma de Daimon Blades late en su combate, un ballet visceral donde cada golpe resuena con el peso de un martillo de guerra. Con seis familias de armas —espadas sedientas de sangre, mazas devastadoras, guadañas…—, cada tajo, bloqueo o esquiva se siente como una declaración de intenciones.
La clave está en la fluidez entre ataques cargados, paradas y dashes, que convierten cada encuentro en una coreografía letal. En una run, lancé una onda de energía con mi espada, partiendo por la mitad un enjambre de cultistas con extremidades volando en un caos glorioso que recuerda a Vermintide en su mejor momento.




Los enemigos son implacables: desde arañas que te atacan sin cesar hasta acólitos que te flanquean con una agresividad inúsita. El juego te exige dominar el espacio, lo cual puede abrumar. Sin embargo, la falta de profundidad en las mecánicas de contraataque y el parry inconsistente restan matices; paré un proyectil de un jefe para devolvérselo en la cara, pero los ataques cuerpo a cuerpo a menudo me castigaron por intentarlo.
Habilidades como el lanzamiento de gancho, aunque —en teoría— útil para movilidad, es impreciso en combate, y la cámara a veces se pierde en el frenesí, sobre todo en biomas abarrotados. Al final acabas por no usarlo. La base es buena, pero el early access revela aristas por pulir. Y mucho.
Las armas en Daimon Blades no son meros objetos: son daimons, entidades vivas que evolucionan con la sangre de tus enemigos, evocando la intensidad de Diablo con un toque lovecraftiano. Cada una tiene un árbol de habilidades único con ventajas y maldiciones.
Una canción de muerte, traición y sangre




El sistema de Ascenso permite que tu daimon crezca en cada run, desbloqueando nuevos poderes. El vínculo con el daimon, que taunt en un idioma arcano, añade personalidad, aunque los subtítulos mal posicionados y la repetición de frases limitan la inmersión.
La aleatoriedad de las reliquias, que potencian builds, puede frustrar cuando no sinergizan, haciendo que el progreso dependa más del azar que de la estrategia. En co-op, compartir daimons crea tácticas colectivas, como un escudo viviente que absorbe daño para el equipo.
El lore, conectado con E.Y.E, se desvela en fragmentos, invitando a los fans del universo a cavar más profundo sin alienar a los novatos. Las expediciones se estructuran en biomas únicos —criptas óseas, fortalezas en llamas— con mapas generados proceduralmente y objetivos variados, desde desactivar altares hasta sobrevivir a oleadas.
La meta-progresión es el anzuelo que te mantiene enganchado, con libros que desbloquean habilidades permanentes y talismanes que otorgan resistencia elemental. El sistema de corrupción, que limita resurrecciones y añade modificadores, es un giro ingenioso, aunque poco frecuente.

En co-op, la votación para elegir biomas fomenta camaradería, pero la narrativa del Ermitaño, aunque intrigante, se diluye por cinemáticas lentas y bugs que cortan el ritmo. El early access trae problemas: crashes frecuentes en multijugador, netcode inestable y una UI confusa que no explica algunas de sus mecánicas.
Conclusiones: potencial por explotar
Daimon Blades es un torbellino de acción melee que destila brutalidad y ambición, fusionando la intensidad de Doom con un roguelite medieval que respira caos que palidece por culpa de los bugs del modo cooperativo. Necesita solucionarlos con cierta urgencia si quiere ofrecer una propuesta realmente interesante.
Su combate visceral, daimons vivos y biomas mutables crean una base adictiva, ideal para sesiones cooperativas con amigos. Es divertido, entretenido y va directo al grano. Es acción visceral pura y dura, pero a veces es un tanto confuso.

No explica bien muchas cosas hasta el punto de que a veces no sabes para qué sirven las personas que están en tu base (es desde donde partes a cada run). El juego necesita pulir estos aspectos, y especialmente el rendimiento y los bugs, siendo estos su mayor enemigo.
El early access trae problemas de crashes, fallos de conexión y una capa de profundidad que puede desesperar a los más novatos. Más allá de eso, lo cierto es que Daimon Blades tiene muchísimo potencial. Puede ser un juego realmente divertido con el que echar tardes enteras.
Pese a sus problemas, nos hemos encontrado con una experiencia que teja buen sabor de boca cuando sabe funcionar. Es más, estoy muy atento a sus notas de parche y sus actualizaciones, ya que tengo ganas de volver a darle caña con mis amigos una vez esté más estable.