El nuevo trabajo de David Fincher llega en exclusiva a Netflix y cines seleccionados. En FreakEliteX ya hemos visto Mank (2020) y en esta entrada os contamos qué nos ha parecido.
Mank; Ciudadano Oldman
En uno de los últimos compases de la por muchos considerada mejor película de la historia del cine, Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941), el director centra la cámara en un trineo que se está consumiendo por el fuego. En él se puede leer la palabra Rosebud, que tuvo en vilo al periodista protagonista por ser aquello que el famoso Charles Foster Kane pronunció antes de morir.
Y aquello, que en un principio parecía un simple y normal trineo, se convierte aquí en la pista definitoria de un hombre que buscó con vehemencia el amor de los demás, un magnate de la prensa que, desde bien pequeño, soñó con aquello que nunca tuvo. Algo parecido a lo que sucedió con Herman J. Mankiewicz, un tipo que sólo quiso reivindicar la autoría de su mayor obra en un Hollywood que no siempre fue tan idílico como las películas se han encargado de dibujar.
Ahí es donde David Fincher construye su relato, estableciendo paralelismos con Ciudadano Kane a la par que retrata la voracidad de un sistema cinematográfico controlado por magnates y donde las grandes productoras mercadean con todos aquellos activos que engrosan sus filas. Una dualidad que permite al cineasta rendir su particular homenaje a la famosa cinta y a la par sacar a la luz un guión escrito por su padre hace ya más de una década.
Un libreto que apuesta por otorgar la autoría de la historia a Herman J. Mankiewicz en detrimento de Orson Welles, quien ya se encargara de dirigir y protagonizar la película. Un Mankiewicz que encuentra en Gary Oldman un alter ego con el que lucir todo el potencial que durante su época la industria trató de negarle. Una interpretación impecable que permite a Oldman rayar la excelencia en todos los registros que toca (que en un film como este son prácticamente todos). Se come la pantalla.
Un David Fincher algo atípico
Acostumbrados al Fincher del thriller, se antoja casi extraño verlo firmar una cinta como Mank. Estamos ante un drama (casi biográfico) que prescinde de cualquier elemento referido a la intriga o al suspense con que el director tanto solía promulgarse.
De hecho, es un caso similar al que comenté hace unos años con Dunkerque (Christopher Nolan, 2017). Siendo una grandísima película, sentí que Nolan estaba fuera de su elemento; una ciencia ficción que durante años había abordado con maestría -Origen (2010), Interstellar (2014) o incluso, suspense mediante, El truco final (2006)-. Y eso es exactamente lo que me pasa con Mank, ¿es una gran obra? evidentemente sí, pero no deja de ser un trabajo que no esperaría de alguien como David Fincher.
Así mismo, cabe reivindicar la enorme factura técnica con la que cuenta la cinta y el grandísimo diseño de producción, que parece querer reivindicarse en cada secuencia (incluso el montaje de sonido se ha replicado para asemejarse a una cinta de los años 30 y 40). Esa obsesión por crear cine dentro del cine permite a Fincher construir una cinta impoluta que rebosa estilo y elegancia por los cuatro costados.
Además de Gary Oldman, cabe reivindicar también a una estupenda Amanda Seyfried y algunas caras conocidas como la de Charles Dance o Lily Collins. Todos enormemente acertados pese a palidecer ante el derroche de carisma de Oldman.
Veredicto
Mank, más que un título independiente, debe entenderse como una ampliación de Ciudadano Kane. Conocer las motivaciones de su guionista permite entender mejor la obra de Orson Welles en una cinta que, precisamente, bebe demasiado de ella. Perfecta en lo técnico y magistral en lo interpretativo, Mank funciona de maravilla; aunque por su ritmo y ambiciones puede que acabe siendo relegada a un terreno reservado únicamente para cinéfilos de paladar exigente.