No recuerdo exactamente cuándo vi Bill and Ted’s Excellent Adventure por primera vez. Sé que vi Bill and Ted’s Bogus Journey inmediatamente después. También sé que ambas me encantaron y que me reboté cuando no pude comprar la tercera entrega este verano porque uno de mis múltiples archienemigos (o todos a la vez, probablemente) habían decidido que España no era un mercado. Supongo que la completa y total falta de interés del español medio por una saga de aventureros intertemporales tuvo algo que ver.
En cualquier caso, me hice con la película, porque, cuando hablamos de cine de culto, siempre me salgo con la mía. La trama de las películas siempre ha sido sencilla. La primera en concreto, por ejemplo:
- Bill y Ted son colegas que quieren tocar música profesionalmente (el no poder tocar instrumentos nunca ha sido un impedimento a ello).
- Tienen que aprobar su prueba oral de historia o Ted terminará en una escuela militar.
- Evidentemente, Rufus –interpretado por el incomparable George Carlin–, va desde el año 2688 hasta San Dimas para evitar que esta pareja de patanes se separe, después de todo, su grupo, Wyld Stallyns, es el más importante de la historia.
- Bill y Ted aprueban su presentación con la ayuda de Freud, Beethoven, Genghis Khan, Juana de Arco, Abraham Lincoln, Billy el Niño, Socrates y Bonaparte.
- Y se traen a dos princesas de Inglaterra medieval, porque claro que sí.
Es una tontería de película que te mata la tarde.
La segunda llegó un par de años después. Bill y Ted están con sus parejas (ahora prometidas). Son un desastre, se mueren y tienen que convencer a Dios de que les resucite. Y todavía no han aprendido a tocar la guitarra, porque saben que, en algún momento aprenderán.
De nuevo, una tontería de película que te mata la tarde.
Análisis Bill and Ted Face The Music
Quiero que, por un momento, imaginéis que sabéis que todo el futuro depende de vuestro arte. No se os da mal (para Face the Music tanto Bill como Ted parecen dominar una miríada de instrumentos musicales como el theremin o el canto Xöömej), pero no conseguís hacer… eso. Sabéis que, en lo más profundo de vuestro ser hay algo que, fundamentalmente, cambiará el futuro. La clave con Bill y Ted es que, a ellos, se lo han garantizado, es un hecho. Un hecho por acontecer, pero un hecho.
Y, sin embargo, no podéis crear nada.
Estáis en una situación en la que, todo lo que hacéis (que tiene que ser trascendente) es… mediocre. No es bueno. Es malo. Estáis en un lugar en la que nada de lo que creáis merece la pena, es una tarea fundamentalmente fútil. Estáis atrapados en un mundo en el que cada cosa nueva que sale de vuestra mente no es más que una idea reciclada y partida…
Mentiría si dijese que nunca me he sentido así.
Por supuesto, Bill y Ted son incapaces de enfrentarse a esto de una manera productiva, de manera que deciden ir al futuro para conseguir la canción una vez ya esté hecha. Quieren robar de sí mismos porque, a veces, estás desesperado y haces cosas necias e inútiles.
Mientras tanto, sus hijas Ted y Bill (no, no es coña, sus motes son Ted y Bill) deciden que quieren ayudar a sus padres a montar un grupo, así que van a por Hendrix y Armstrong y Mozart… lo normal.
Y, aunque la historia de Ted y Bill es interesante y divertida (¡van al infierno! ¡eso es bueno, porque ahí hablan con Muerte!), quiero centrarme en Bill y Ted.
La presión de la creación (no autoimpuesta, en su caso) les puede, porque son incapaces de crear nada trascendental, mucho menos una canción que pueda unir a toda la humanidad. Así pues, toman la perfectamente razonable decisión que he mencionado antes.
Y, aunque yo, ahora mismo, sigo en la misma situación que ellos al principio de la película, me consuela saber que (SPOILERS), no solucionan su problema mágicamente.
Es decir, sí que hay magia involucrada, pero no es eso lo que les permite salir de su estrés y de sus propias cabezas.
Bill y Ted se dan cuenta de que, a veces, para poder hacer lo que más queremos y lo que más nos gusta, tenemos que dar un paso atrás y confiar en la gente que nos rodea. Sé que parece que el mensaje sale de la nada, pero no es así. La película está repartida a partes iguales entre Bill y Ted, y Ted y Bill, de manera que se puede entrever el mensaje antes de que la película acabe.
Honestamente, resulta alentador ver que, aunque a veces estemos atrapados en situaciones creativamente fútiles, podemos confiar en la gente que nos rodea para que nos ayude.
Pero bueno, no tengo ni idea de nada, así que quiero que sepáis que voy a intentar superar este bloqueo creativo yo solo y sin ayuda, en mi cueva.
Espero que os haya gustado el análisis Bill and TED Face the Music y la reflexión que tantas ganas tenía de hacer.